Amsterdam. Siglo XVII
Leyendo una novela histórico-policíaca, La Flor del Diablo, he tenido una revelación. Tengo que ir a Amsterdam en primavera. Y no sólo por los coffe shops, los canales y el barrio rojo. Quiero respirar el aire de sus oscuras tabernas, escuchar el eco del empedrado en las calles viejas y contemplar sus vistosas alfombras de tulipanes a las afueras. Quiero beber cerveza donde se reunía la misteriosa Sociedad de los Admiradores del Tulipán y ver los escenarios de los extraños crímenes. Quiero saberlo todo sobre la fiebre del tulipán, entender por qué llevó al país a la bancarrota total y convirtió a una flor bellísima en, según los religiosos de la época, un instrumento del diablo.
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